Palabras en el sepelio de mi padre...


Gracias a todos los amigos y amigas que a través de llamadas, mensajes y presencias me acompañaron en este trance. Palabras más, palabras menos, esto fue lo que dije cuando me invitaron a hablar en el momento final del sepelio de mi padre:

Quiero, en primer término, agradecer profundamente la amistad y la solidaridad que han mostrado todos Uds., vecinos y familiares, en correspondencia a la amistad y solidaridad que siempre tuvo mi padre con todos nosotros. Esta fue siempre la actitud más saltante de Teodoro Mego, que ahora acompañamos en el fin de su forma física, porque la vida de un hombre siempre es más significativa que su muerte. Y eso corresponde a cómo recordamos a las personas.

Por eso, permítanme evocar la trayectoria vivencial de mi padre. Teodoro Mego nació en 1930 en Cajamarca. A los quince años, vino a Lima acompañando a un familiar, su anciana abuela, pero a la hora de volver, por sus ansias de conocer la gran ciudad, decidió escapar y quedarse aquí. Por su disposición al trabajo, adquirió pronto el oficio de obrero carpintero que lo acompañó toda su vida.

En 1950, Teodoro Mego tenía 20 años. Pocos años atrás había terminado la II guerra mundial, y en el concierto político del mundo había aparecido un gran protagonista, la Unión Soviética. Desde 1917, los trabajadores organizados habían tomado el poder en Rusia y, bajo la guía de la Ideología del Proletariado, por primera vez en la historia transformaron una vieja sociedad en una república de trabajadores. Desde entonces en la Unión Soviética, y más tarde en China, el capital fue el resultado del trabajo, y no al revés, como ahora vemos.

Mi padre adhirió a esta ideología y en su juventud fue un activista. Eso explica la conducta que Uds. han apreciado en su barrio de Ventanilla.  Yo nací cuando él tenía 24 años y bebí de esta influencia que me ha acompañado siempre. No creo, sin embargo, tener como él ese profundo desprendimiento, esa hospitalidad, esa incomparable actitud de servicio para con los demás, esa sencillez que lo llevaba siempre a contar con la confianza de todos. 

Todos cumplimos un ciclo, y Teodoro Mego a punto de cumplir 82 años ha cumplido largamente su tarea de servir, proyectar confianza y optimismo, sin exagerar, siempre serenamente.

Vuelvo a agradecer profundamente todas las expresiones de cariño y solidaridad que he visto en estos días. Y a propósito de la muerte, termino invitando al poeta y declamador José Luis Ojón a trasmitirles un mensaje de César Vallejo, nuestro gran poeta universal:

MASA
Al fin de la batalla
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: "¡No mueras, te amo tanto!
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
"¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos
con un ruego común: "¡Quédate, hermano!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorpórose lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...

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