Durante el gobierno de Alberto Fujimori, los días 6,7,8 y 9 de mayo de 1992, los presos políticos (hombres y mujeres) del penal de Cantogrande fueron ferozmente atacados por miembros de las fuerzas armadas, en un acto genocida que produjo cerca de 50 muertos y más de un centenar de heridos. Este hecho, como tantos otros, permanecen impunes y forman parte de las heridas abiertas en el corazón del pueblo peruano, que hoy demanda se abra paso a la verdad, para vivir en un clima de verdadera paz, trabajo y reconciliación nacional. Estreno: Lima, 9 mayo, 2003/ Centro Cultural“Palais Concert”
GRUPO DE
TEATRO "ENCUENTROS"
MONOLOGO
TEATRAL
"NUESTRA
MADRE"
(Basado en un testimonio real. Dramaturgia de
Alberto Mego)
EN ESCENA, UNICAMENTE UNA SILLA. BREVE
REFLEXION DEL PRESENTADOR ACERCA DE LA RELACION ENTRE ARTE, TEATRO Y REALIDAD.
SEGUIDAMENTE, ES PRESENTADA LA ACTRIZ,
QUE APARECE ENTRE EL PUBLICO.
Muchas gracias. Muchas gracias por permitirme
decir lo que todo el mundo conoce, pero
pocos se atreven a decir. Muchas gracias.
I
Mi nombre es Paulina Murillo. Siendo los días
6, 7, 8, 9 de mayo de 1992, en el día miércoles fue cuando quien habla alistaba
los alimentos para ir a visitar a mis hijos... Por medio de la televisión me entero que la policía, bien
armada, había tomado el techo de los pabellones de los internos políticos. Mis
hijos eran prisioneros políticos. Olvidé los alimentos, olvidé todo y salí
corriendo hacia allá. Al llegar, eran aproximadamente las 7 de la mañana y
encuentro que todo era humo, gases se veían sobre los techos de los pabellones.
Fui la primera en llegar, después llegaron
los medios de comunicación. Ellos me preguntaron:
-¿Tiene familiares allí, señora?
-Sí, tengo a mis dos hijos. Una hija y un
varón.
-¿Y a qué cree que se debe esto?
-¡Esto es un genocidio! ¡Este es el genocidio
que ha estado preparando Fujimori!
(FIRMEMENTE, AL PUBLICO) Porque eso es lo que
han querido hacer, con el pretexto de trasladarlos, ¡lo que querían era
asesinar a nuestros hijos!
-¿Usted cree, señora?
-Sí, ¿acaso no lo están viendo? Si
son pocos los internos, miren cuánta policía hay arriba, cuánto humo está
saliendo.
Y así sucedió hasta las 12 del día,
cuando fueron llegando más y más policías.
Todos los familiares nos juntamos,
hemos tocado muchas puertas, dónde no habremos ido para reclamar por la vida de
nuestros hijos. ¿Acaso esas puertas se abrieron para detener a esos viles
genocidas? Nadie dijo “aquí estoy”. Al contrario, cuando fuimos a la Fiscalía
para hablar con la señora Nélida Colán, ¿qué nos dijo?
-"No
hijas, esto no es genocidio, y si los internos han agredido a la policía, ellos
tienen que defenderse".
Hemos pasado toda la noche allí,
hemos dormido en el suelo hasta el día siguiente. Nos dividimos el trabajo:
mientras unos familiares se quedaban en la puerta, otros miraban lo que hacían
los policías, otras hemos ido a las oficinas de Derechos Humanos, otras hemos
tocado las puertas de la Iglesia, pero nunca nos dieron una respuesta, y todas
las puertas permanecieron cerradas. Hemos vuelto al penal, decididas a impedir
que se matara a nuestros hijos, pero la policía también se enfrentó contra
nosotras que estábamos desarmadas. Tan solamente teníamos nuestros corazones,
llenos de sufrimiento y lágrimas. Muchas madres se desmayaban por las bombas
lacrimógenas, otras fueron heridas con las bombas. A todas nos empujaron lejos
de la puerta donde todo se podía ver. A la noche, cuando amanecía, nosotras
otra vez estábamos en la puerta, haciéndole frente a la policía con nuestra
presencia y nuestra agitación, porque era lo único que podíamos hacer para
salvar la vida de nuestros hijos.
Y así sucedió también al día
siguiente, nos volvimos a quedar. Pero al siguiente día, siendo las 8 o 9 de la mañana, vimos que ingresaban las
Fuerzas Armadas, ¡hasta un cañón traían! Cuando vi aparecer el cañón, les dije
a las madres que estaban cerca de mí:
-Ahora sí van a desaparecer a nuestros hijos.
(DA UN PASO AL FRENTE, AL PÚBLICO,
DECIDIDAMENTE) Pero no fue así. Orgullosa de ellos lo digo: son hijos muy
valientes, hijos de nuestra sangre, carne de nuestra carne, que luchan por un
mundo mejor.
Al rato, comenzaron las explosiones, eran muy
intensas, cada explosión era como si un puñal nos penetrara el pecho, pero
nosotros allí, no nos movíamos del frente, siempre hemos estado al frente, como
lo estaremos por la libertad de los demás, de todos los sobrevivientes.
Así hemos llegado hasta el día 9,
allí fue todo con más fuerza, pensábamos que ya no veríamos a nuestros hijos,
pero a eso de las 5 de la mañana, escuché una voz, ¡era la voz de mi hija! pedía la evacuación de los heridos y las
madres gestantes. Yo me abracé a una madre a mi lado y dije:
-¡Esa es mi hija! ¡Está viva! ¡Es mi hija!
Fue una alegría inmensa que viví en ese
momento, hasta que a eso de las 6 y media, cuando ya oscurecía, todo quedó en
silencio, de pronto se escuchó una balacera, pero antes una voz exclamó:
-¡Vamos a salir, pero queremos que alguien
nos represente!
Se escuchó otra balacera que venía de unos
francotiradores que estaban en los techos del penal. Otra vez hubo un silencio,
llegó la noche y toda la prensa, allí denunciamos los acontecimientos. Hasta
que a eso de las tres de la mañana del día 10 vimos cuando salían dos ómnibus,
no sabíamos de quiénes eran...
II
...pero más o menos pensábamos que estaban
llevando a los sobrevivientes. Los hemos seguido en la oscuridad de la noche
para ver dónde iban, y vimos que uno se fue hacia el sur y el otro a
Chorrillos. ¡Eran nuestras hijas sobrevivientes!, luego regresamos hacia el
penal donde estaban todos los familiares, y en ese momento que yo llegaba vimos
cómo una camioneta azul de la Marina sacaban a los cadáveres. En esa camioneta
abierta, las cabezas, los brazos, las piernas de nuestros hijos, colgaban,
llenos de humo, que no se sabía ni quiénes eran. Muchas madres comenzaron a
llorar, a gritar, quien habla se llenó de coraje y tuve que darles valor a
tantas madres que se desmayaban en ese momento, hemos seguido a esa camioneta y
vimos cuando entraba a la morgue.
En la morgue también fue una lucha, siendo un
día diez de mayo -un día tan sublime para las madres-, qué regalo nos dio ese
gobierno, cuando en ese momento nuestros corazones se deshacían de tanto hijo
muerto. Tuvimos que luchar y aferrarnos a las rejas y gritar “!que nos entreguen a nuestros hijos! !que
nos entreguen a nuestros hijos!” hasta que de ver que era mucha la fuerza
salió el director de la morgue, el doctor Quiroz, y dijo:
-Tienen que pasar para que reconozcan a sus
muertos. Pero tienen que hacer una cola y pasar de cinco en cinco.
Quien habla fue la primera en ingresar. Allí,
sinceramente no me explico qué valor tuve para remover de uno en uno a los
asesinados, para ver si mi hijo o mi hija estaban. Corrí a uno: ¡no era! Corrí
a otro, lo levantaba, tampoco era. No encontré a ninguno de mis dos hijos.
Luego, ya más tarde volví a hacer la cola para volver a ingresar, tampoco los
encontré.
Ya de noche fui hacia la Cruz Roja, y no
estaban en lista de heridos, no estaban en lista de muertos, ni en lista de
trasladados. ¡Qué han hecho con mis hijos! ¡Dónde están mis hijos!... Hasta el
día siguiente, ¿ustedes creen que he podido pegar los ojos sin saber dónde
estaban mis hijos...?
III
A las seis de la mañana estuve nuevamente en
la morgue, reclamando el cuerpo de mis hijos. Me decían: señora, no están, vaya
Ud. a la institución de desaparecidos, de repente están vivos, de repente los
han llevado a otros penales.
-¡No están, señor!
Hasta que fui a Chorrillos y nuevamente, ya
en Chorrillos, en la lista no estaban. En Cachiche tampoco estaba mi hija, y un
guardia me dice:
-Señora, ¿usted es mamá de la
"ronca"?- así me dijo, porque mi hija tenía una voz muy fuerte-.
Yo le dije sí, señor.
-No la busque. A su hija la han asesinado, y
su hijo está herido.
-Pero ¡dónde están! ¡No están en la morgue!
-Búsquela, señora- me dijo. Allí la deben
tener.
He regresado ya siendo un día doce, he
regresado a la morgue, ya ahora con esa firmeza de que mi hija estaba allí, me
las he peleado con los de la Dircote. Junto a mi, había otra madre más que
buscaba a su esposo, y yo le dije:
-Mire señora, somos dos, usted entretiene a
los policías y yo ingreso.
-Ya señora, Paulina –me dijo.
Y así los hicimos. Cuando ellos se dieron
cuenta yo ya estaba adentro. Me han seguido. Y encuentro los frigoríficos de la
morgue, habían cruzado unas mesas, yo ya había ganado, yo ya estaba
adentro, me han jalado de las piernas
para quitarme, pero yo ya había abierto una de las puertas: mi hija cayó hacia
mi pecho, muerta, helada, descompuesta. Lo único que dije fue ¡te mataron
hija!... (FIRME) Estoy contigo también en este momento porque tus ideas han
sido justas y aquí estoy yo para darte sepultura, aquí estoy yo para
liberarte...
En esos momentos, no tenía un cajón para
llevarme a mi hija, porque esa fue la condición que me pusieron para poderla
retirar.
-Señora, ¿dónde está el cajón? ¿Dónde la va a
llevar?
-¡Deme una sábana, doctor, yo me la llevo!
-No, señora, tiene Ud. que traer un cajón
para
llevarla.
Yo estaba sola, no quería dejarla, porque
dije: si salgo, ya no me la entregan.
Entonces el doctor Quiroz, que era una buena persona, me dijo:
-Señora, confíe en mi. Yo aquí me voy a
quedar con su hija. Tenga esta tarjeta: que le den el mejor cajón y la mejor
capilla ardiente. Cuando Ud. tenga dinero me paga.
-Doctor, confío en Ud.
-Sí señora, hágalo.
Fui, traje el cajón y justo al salir con mi
hija, ya en el cajón, me encuentro con un familiar y le digo:
-Llévate a mi hija a mi casa, que yo voy a
buscar a mi hijo, porque todavía no se nada de él. De repente también me lo han
matado.
-Pero ¿cómo te vas a ir así?
-No, tengo que dar con él.
A esa hora he mandado a mi hija a mi casa, y
me he ido al Hospital de Policía.
IV
En este hospital no dejan entrar a un civil,
pero para una madre no hay nada imposible cuando realmente se pelea por su hijo
vivo o muerto... Así es que me fui por emergencia, y creo que por mis lágrimas
o mi cara demacrada de tantos días sin dormir, el doctor se apiadó de mi.
-Señora, me dijo, está prohibido.
-Doctor, yo solo quiero saber si mi hijo está
aquí.
-Sí, señora, aquí está -me dijo-, pero su
hijo está muy grave. Tiene cinco balas en la parte izquierda, y una infección
tetánica. De repente, de hoy a mañana su hijo no vive.
Agarré, como se dice, me puse fuerte, le dije
"¿doctor, está seguro?" "Sí, señora, regrese más tarde o venga
mañana". Ya en ese momento más pensé en él, y me olvidé de la muerta
que se velaba en mi casa. Me quedé allí hasta el anochecer. Como a eso de las
once de la noche me botaron, que no podía quedarme allí dijeron. He regresado a
mi casa y encontré a mi familia y a las amistades de mi barrio que me
comprendieron en ese momento y me ayudaron mucho. Allí velándose mi hija,
amanecí sentada en una silla...
(MIRA FIJAMENTE EL FÉRETRO, MIENTRAS MUSITA
UNA CANCIÓN. PAUSA).
A las cinco de la mañana fui nuevamente al
hospital.
Llegando allí el doctor me dijo:
-Señora, su hijo está muy mal. Quizá no pase
del mediodía.
Bueno, me regresé a mi casa. A lo único que
me aferré fue a decir:
-Si he perdido a mi hija y voy a perder a mi
hijo, no tengo porqué desgarrarme, porque realmente los pierdo mientras
luchaban por una causa justa.
He respetado sus ideas, como las respeto
hasta ahora. Me aferré a mi fuerza, a mi fe, a mi confianza, que es lo único
que no se puede perder en ningún momento.
He regresado a mi casa, he sepultado a mi
hija, y así he estado como un mes pendiente de la sobrevivencia de mi hijo, que
cada vez que iba me decían que estaba más mal. Hasta que un día, después de un
mes, llego una tarde y el médico me dice:
“Señora, ¡su hijo vive!, su hijo se sentó, y lo primero que preguntó fue:
¿dónde está mi madre?" El doctor le dijo: "tu madre ha estado aquí en todo momento”. Luego dicen que
preguntó por su hermana, y le dijeron que había fallecido. “Pobre mi madre”, dicen que dijo. El doctor me contó eso. Entonces
hasta aquí tuve que luchar, porque el doctor me dijo: “ahora sí, señora, su hijo vive, qué valentía, qué valor, y también la
de Ud. Ahora tenemos que luchar, señora, yo la voy a apoyar, para que a su hijo
no lo lleven a Puno, que lo lleven a
Castro Castro, porque de tanto frío en Puno su hijo se va a morir”.
Allí fue mi lucha, mi casa en esos meses fue
el Hospital de Policía, mañana tarde y noche, hasta que pudieron trasladar a mi
hijo. Hasta que un día a las dos de la tarde fue trasladado al penal de Castro
Castro, después de dos meses que no lo veía me aferré a él tan fuerte, porque
lo sacaban en una silla de ruedas solo con el mandil guardapolvo del hospital,
con su pierna vendada y un semblante amarillento. Me abrasé a él y le di una
frazada, alguna ropa, y lo seguí, tras la ambulancia, hasta Castro Castro. Lo
vi cuando lo llevaban al pabellón.
Epílogo
...Ahora doy gracias por esta fuerza, y
levanto mi frente por tener estos hijos que tengo. Si una murió, y ahora me
digo yo: pero he ganado a miles, porque en cada una de ustedes la veo a ella.
(CON VOZ PAUSADA Y FIRME) Por eso, padres, madres, hermanos, esposas, hijos, les hago llegar un mensaje: no nos
amedrentemos, levantemos nuestras cabezas donde vayamos, por más que nos
acusen, ellos son luchadores sociales, no es tarea fácil la que han elegido: el
delito más grave de nuestros hijos es querer con todas sus fuerzas un mundo
mejor
Muchas gracias.
Fin