Espacial y temporalmente un tanto lejos de mi país,
escribo estas líneas para contar que en los últimos meses estuve dedicado a
corregir, si se puede decir así, mi novela Retablo
El Dorado, publicada en el año 2000 por la editorial de la Academia César Vallejo,
Lumbreras.
Un conocido mío se entera que yo estaba trabajando
borradores finales de esa novela empezada varios años atrás, y me propone
publicarla en esa editorial. No estaba yo al corriente de sus vínculos con la
directiva, o si era justamente un directivo. Si aficionado a la literatura o
escritor. Solo puse atención a su pedido de que le alcance los borradores (que
ya había presentado a otras editoriales sin ninguna suerte).
Pocos días después, el mismo amigo me dice “la publicamos en una semana”.
De modo que me vi en la situación de publicar a la
brevedad un borrador.
Tan servicial y advertido, el notable y querido
Me he formado en el teatro, donde todas las funciones son
“borradores” de la siguiente. Cuanto más en el teatro callejero, o “todo terreno”, como inteligentemente lo
denominó un actor que me acompañó en algún recorrido de teatro. No dudé en
asumir el desafío, y poco después, temblando, en esa nueva manera de poner la cabeza en la guillotina, entregué un disquete a la
editorial.
El libro fue presentado en el auditorio de la Biblioteca Nacional, con las amables palabras del joven escritor Fernando Carrasco. Agradecí a mucha gente atenta aquella noche. Los 100 libros que pedí por adelantado a la editorial fueron casi todos vendidos ese día. Al final de la presentación, inesperados ladrones se llevaron toda la ganancia dejando un mal augurio para el libro.
Sin libros y sin ganancia, volví a la editorial a recoger
las copias que me correspondían como autor del libro, aunque el amigo había
ofrecido darme toda la edición.
Grande fue mi sorpresa cuando me dijeron que nunca habían publicado tal libro, que debe haber un error y después de
insistir que disposiciones superiores ordenaron
que ese libro no podía circular. Queeeé. No entendí. Una nueva directiva,
algo así. El hecho es que el libro fue “raptado” por la propia editorial.
Cuatro años después, cuando ya lo daba por perdido, Luisa
Santistevan, que trabajaba conmigo en el Taller de Teatro Boulevard
Quilca, valiéndose de algunas influencias, recuperó los paquetes y mi pequeño
espacio en Plaza Bolognesi se llenó de libros.
Los libros también pueden ser impertinentes. Éste -publicado
cuando aún Fujimori pretendía un tercer mandato- cuatro años después así lo
parecía. En el 2004, el panorama en el Perú era completamente diferente y yo
mismo, en un nuevo periodo, estaba en plena difusión de alguna obra teatral. No
se divulgó la existencia del libro ni nadie lo reseñó. No sabía cómo disfrutar
el haberlo recuperado. Lo único que pude hacer por él fue ofrecerlo al término de
las funciones teatrales, donde el público a un precio super económico lo adquiría.
Para mis vanidades, decía entonces que
vivía de mis libros, como los profesionales de la escritura.
Recibí comentarios elogiosos de ese público sencillo y
popular que en el ruedo se acercaba a pedirme
que autografíe sus textos o, después de leerlo, para alcanzarme una opinión.
Nada es más satisfactorio, en el teatro o en una publicación, que recibir la crítica
o el aliento del hombre, de la mujer, del transeúnte cuando se “encuentra” con el
espectáculo callejero.
Así que seguí con otras publicaciones, obras de teatro y
el periodismo que por buen tiempo me alborotó.
Casi veinte años después, alguien me alcanzó una novela
de autora brasileña, reimpresa en México y presentada como “literatura popular”. Sus inconsecuencias en el lenguaje y
especialmente en el contenido me hicieron pensar en la cuenta pendiente que
tenía con mi Retablo. Decidí abordar nuevamente el libro y en lo posible librarlo
de las asperezas que como borrador tenía.
Toda obra de arte se construye desde el parapeto que el
autor instala para narrar o mostrar los acontecimientos. ¿Desde qué conjunto
social se cuenta esta historia? ¿Desde el perro que también la protagoniza?
Nooo. ¿Desde los locos vagabundos? Tampoco. ¿Desde los pobres y rebeldes? ¡Ouiiií! Por sus páginas, con sus vivencias
los personajes configuran el alma de una ciudad hipotética, una pequeña aldea
que se convierte en una gran metrópoli y en una bomba de relojería, asediada a la vez por
un movimiento subversivo y por un inminente terremoto.
“En esta novela mosaico
desfilan personajes de diferentes sectores sociales, pero como ha sido
característico a lo largo de la actividad cultural de este escritor, en su
teatro como en su literatura, es la población marginada la protagonista
principal. Es entre los inconformes, los insatisfechos, los críticos en quienes
es fecunda la voluntad de cambio y movimiento”, se lee en la contratapa de la copia que
conservo.
No es tarea agradable volver sobre un texto para leer su
entrelínea y verificar si el sentido de las palabras expresa con corrección la
intensión de las ideas. Es casi un trabajo de policía. Estuve a punto de
renunciar más de una vez, pero en ese extremo, asumí que no estaba
creando ni recreando el texto, sino “limpiándolo” para facilitar su lectura. De
manera que como un obrero de baja policía, eso sí, he barrido aquí y allá
párrafos completos o frases disparatadas que presumían de metáforas. Sin embargo, sigue siendo el mismo
retablo, en cuanto son las vidas paralelas y simultáneas las que dan cuerpo a
la historia. Y sigue siendo una simple pincelada
sobre un momento crucial en el Perú.
Lo que me queda ahora es la satisfacción del trabajo
cumplido y la necesidad de encontrar un.a editor.a.