ALGUNOS ARTÍCULOS PUBLICADOS EN EL DIARIO DE MARKA ( II )



ESPACIO Y CREACION (I)


Por Alberto Mego

Para facilitar el desarrollo de una obra que no puede detenerse, algunas artistas y creadores han optado por redefinir el espacio y las formas convencionales que, ante nuevos contenidos y propósitos, se han convertido en innegable obstáculo. Sin embargo, a veces este esfuerzo es calificado con adjetivos impropios a sus motivaciones, o por el contrario es fácilmente mitificado y los trabajos aparecen como resultado de conductas idílicas. En las siguientes líneas intentaremos explicar, seguramente sin librarnos de los esquemas y omisiones, el contexto en el cual evolucionan estos sucesos y el signo cultural que los alienta en las actuales circunstancias.

Toda actividad cultural, y especialmente aquellas que se muestran ante un público congregado, requieren de un espacio determinado. Una obra de teatro requiere de una sala apropiada a ella, un concierto requiere de un auditorio, una exposición de cuadros de una galería, etc. Dadas sus especiales características, es en este espacio donde la relación objeto artístico-espectador puede alcanzar el efecto que el creador espera. Sin embargo, en el Perú, el absoluto desinterés que las clases dominantes han tenido por el encuentro constante del individuo con una actividad que lo refleje, ha permitido que galerías, teatros y auditorios –aparte de ser burdas réplicas- sean tan pocos y tan caros que lo menos que puede esperar un artista popular es tener acceso a ellos. Aquí hay pues una buena razón: el carácter selecto del espacio convencional. Razones económicas son suficientes para explicar porqué en nuestros días las formas culturales se desarrollan en cualquier espacio, incluso la calle o una playa de estacionamiento.

Pero esta es una razón estrictamente material, y como todos sabemos, la cultura “no solo vive de pan”. A nuestro modo de ver, hay factores globales que dan mejor cuenta de estos hechos y explican porqué una tarde cualquiera, caminando por las calles del centro, de pronto uno se encuentra en medio de una banda de músicos, o atento mirando los gestos de un mimo.

Y estos factores, siendo evidentes, a lo mejor todavía no son contundentes para algunos: Lima es una ciudad “tomada”. Por donde se le mire es una ciudad que ya no pertenece a sus fundadores. Sus edificios fueron poco a poco abandonados por sus habitantes que, huyendo de fantasmas que les recordaban las verdaderas dimensiones de este país, fueron construyendo en Santa Beatriz primero, después en San Isidro y Miraflores, y todavía después en Chacarilla y quién sabe dónde más lejos. Mientras más lejos de Lima, la imposible, mejor.

Pues bien, este es el espacio social que los migrantes y los hijos de los migrantes hemos heredado. Y entre ellos, aquellos que valiéndose de su sensibilidad e inteligencia pretenden reflejar en sus obras otra versión de la epopeya nacional. Sin embargo, es cierto que en las difíciles condiciones en que se ha heredado esta ciudad, largamente acariciada en los sueños y esperanzas de los provincianos, el semblante más próximo es el caos. Y es que el migrante, con su cultura, introduce también una nueva actitud frente al espacio.

Después de ser el refugio, cercano al mar, de las huestes españolas, y posterior sede del gobierno colonial, Lima ha sido el aristocrático ambiente del criollo republicano. A lo largo de su historia, como toda ciudad, ha moldeado bajo sus techos la conducta de sus habitantes. Es en este espacio cerrado donde una ética, una urbanidad y un conjunto de valores y maneras contribuyeron a legitimar una creación cultural que correspondía a sus supuestos ideológicos.

Sin embargo, al perder consistencia el sustrato económico que la sostiene, esta creación se convierte en burda mascarada, la violencia se apodera de las calles y el espacio cerrado se transforma en el santuario de la hipocresía. Mientras tanto, el migrante, con una formación bastante más libre por el mismo hecho de proceder frecuentemente del campo, no le interesa sacralizar una esquina y, si acaso la necesita, se instala con su carromato de ambulante y pregona a voz en cuello las bondades de su mercancía. Y así como puede realizar esta actividad al aire libre, donde otros requieren de un espacio cerrado, puede también explayar su conducta en otros planos, aún cuando no siempre sea su propósito.

En el esfuerzo de sobrevivir en condiciones diferentes a los de su origen, esta nueva colectividad adapta, transforma, crea opciones inéditas que se inscriben en un nuevo proceso social. Del mismo modo, en el plano de la creación cultural, sus artífices resuelven con sus obras los espacios tradicionales, los objetan sin darles necesariamente una propuesta alternativa. De lo único que se está seguro es que estos espacios ya no guardan una relación exclusiva con su arte pues este puede desarrollarse en cualquier lugar, libre de acondicionamientos.

Y hay que entender que un movimiento cultural con tales características es un baluarte ante una nueva dimensión del ser y del quehacer en el Perú.


                                    Publicado el 21 de setiembre de 1985 en el Diario de Marka.




ESPACIO Y CREACION II

Por Alberto Mego

Quizá la contradicción –“dicotomía” le llaman los científicos sociales- entre espacio abierto y cerrado no sea más que el trasfondo físico de una contradicción mayor, aquella que conocen y sufren las sociedades al pie de los grandes cambios. Entonces todo entra en discusión y la relatividad impone sus condiciones, a veces muy caras, a cuanto suceso pretenda ser novedoso y además estable, y en esta coyuntura son los artistas e intelectuales los que perciben más rápidamente aquello que pronto se hace visible y tangible para todos.

Mientras tanto, por leyes pertinentes a sus propios oficios, los creadores del campo cultural en estricto, los que corresponden a determinados géneros de la expresión, experimentan una constante búsqueda que en los momentos que vivimos tiene claros signos de encontrarse con fuentes primigenias de una cultura andina durante tanto tiempo opacada por la vigencia de valores más bien occidentales. Esta opción inevitablemente exige un serio análisis de la realidad peruana y sobretodo una actitud valiente frente a los condicionamientos que limitan la creación cultural en un ambiente ya no solo adverso en cuanto a su contenido –aunque muchos por esnobismo o para no rasgarse las vestiduras, asumen el país en términos populares- sino especialmente en la relación concreta con las formas y el acceso de estos contenidos a un público verdaderamente popular.

Creemos que ha llegado el momento de conformarse con una sencilla idea, si acaso ésta llega a tomar forma y fecundar con su fuerza el interés de un sector determinado de individuos. Las abstracciones quedaron atrás si no pueden trasgredir su naturaleza y convertirse en legítimas motivaciones. Pero también acá la ley de la necesidad actúa implacablemente, seleccionando aquello que es indudable erudición o buenas intenciones, diferenciándolos de esfuerzos que quieren y deben constituirse en imponderable satisfacción estética. En este camino, la música popular por ejemplo, a pesar de todos sus detractores, ha ido imponiéndose en la colectividad por evocarle los ecos sencillos de las tierras lejanas pero interpretadas con los nuevos aires de la modernidad: el Perú es un país en la música popular, un país integrado, un espacio que corresponde al espíritu de sus habitantes.

Todos los fines de semana, jóvenes de uno y otro sexo, abandonan su ritual laboral o estudiantil, se desprenden de las ma y van en busca de esta música chicha, chicha folk, -no importa el nombre-, que remece sus emociones y los devuelve a la danza, a pesar del fastidio y las morisquetas de nuestros “cultivados” doctores. Y esto ocurre en el centro de Lima, en el corazón mismo de la metrópoli, en el interior de viejas residencias “art noveau” del Paseo Colón, en los estadios, en playas de estacionamientos. Como siempre, la música, que en la expresión de un conocido salsero, es “la memoria de los sueños”.

Es indudable que este es un proceso todavía no vertebrado por líneas definitivas en cuanto al espacio en el cual se desarrolla, a los contenidos y formas, pero el sustrato cultural que lo motiva es pertinente a una visión más amplia del país. En la medida que este afirme su peculiaridad frente al mundo, creemos que no solo la música sino todas las formas de la expresión cultural encontrarán el espacio final donde evolucionar afirmativamente, sin preocupaciones que los obliguen a gastar pólvora en enemigos inútiles.

Por lo pronto, es cierto que en medio de un espacio constantemente alterado y sembrado de miedos y absurdos prejuicios, el trabajo cultural sigue exigiendo de sus hombres y mujeres una profunda vocación que solo la persistencia puede convertir en ventajoso producto. En este esfuerzo es alentador reconocer la diversidad de individuos y grupos cuya apuesta insiste en encontrarse, a través de sus obras, con un país de verdad.



                                  Publicado el 28 de Setiembre de 1985 en el Diario de Marka.




PIZARRO Y ATAHUALLPA: NUEVO ENCUENTRO

Por Alberto Mego

Hace muy poco, acompañado de un grupo de jóvenes y decididos actores, dirigí un taller de teatro peruano contemporáneo. Comenzamos por plantearnos claramente nuestro propósito: hacer teatro peruano. Pero esto que parece muy simple, es en el Perú de hoy un difícil objetivo. Así lo entendimos después de asumir que nuestro trabajo estaba inevitablemente ligado a nuestra condición de peruanos de Lima, hijos de provincianos, y sobretodo artistas, es decir, legítimos románticos en una tierra donde cada día se sueña menos. Pero este carácter no nos impedía reconocer las crudas limitaciones que la realidad le impone a nuestro arte, especialmente si se propone reflejar las difíciles circunstancias de nuestro tiempo.

Por eso, y como ya lo habíamos anunciado atrevidamente en un manifiesto varios años atrás, nuestro taller debía pasar por encima de las limitaciones que para otros grupos son motivo de constante queja. Nuestro teatro debía ser un teatro pobre pero muy inteligente. Y pobre, no a la manera europea, donde la pobreza también es un lujo o motivo de entelequias y modas, sino como lo prescribían nuestro propio origen y el alcance de nuestra actualidad económica. En cambio, nuestro teatro debía ser dueño de una gran conciencia. En consecuencia, nos fue fácil renunciar a los elementos tradicionales, los que auxilian una puesta en escena, aparatos lumínicos, escenografías, efectos de sonido, etc. para encontrarnos con el esfuerzo de hacer de nuestros propios cuerpos la fuente más importante de la expresividad teatral, multiplicando sus posibilidades y devolviéndole al actor su naturaleza insustituible en medio del fenómeno escénico.

Pero naturalmente, no queríamos hacer teatro para la gente de teatro o para el consumo cultural de los solariegos espectadores clase media que concurren a las plateas de los grupos teatrales convencionales. Establecimos que nuestro público no vivía en Miraflores o Barranco. Quizá sí en Lima, en sus barrios atestados de gente, de ambulantes, de sirenas que rompen el aire con sus aullidos persiguiendo a trabajadores en huelga. Quizá mejor aún en los pueblos jóvenes, algunos de los cuales han cumplido 30 años y por no ser ya tan jóvenes, sus pobladores tienen otra visión del Perú y de Lima.

¿Y qué obra podríamos ofrecer a este espectador nada habituado a ir al teatro, pero en cambio absolutamente ligado a la vida, a las condiciones que los somete una sociedad en descomposición? No podíamos realizar ante tales ojos las imágenes hace rato digeridas de tal descomposición. Teníamos pues que proponernos elevar la realidad a un plano verdaderamente dramático, en su acepción más teatral. No podíamos seguir quejándonos, protestando o criticando, a veces inútil deporte cuando no se tiene un objetivo definido. Para nosotros era impostergable ofrecer un cuadro afirmativo de la existencia, encontrarnos con la capacidad de sobrevivencia y de optimismo que han desarrollado las capas más humildes de nuestra sociedad. Y en la convicción de que no podíamos demostrarles nada que no sepan, creímos conveniente llegar a su conciencia a través de un tema previamente conocido por ese espectador, un suceso internalizado en su propia historia. Y este suceso fue el encuentro de Pizarro y Atahuallpa.

Lógicamente no era el hecho histórico lo que nos interesaba, sino el significado cultural que entrañaban estos personajes en medio de una actualidad que ha desatado la certidumbre de que dicho encuentro todavía no ha concluido: la sangre y el fuego que se vierte en nuestros días no son sino reverberaciones de un antiguo conflicto. Así, Pizarro y Atahuallpa representaban las vertientes más importantes que juegan el destino del Perú contemporáneo, y ya no eran caballos sino tanquetas, y ya no eran sables sino metralletas, y ya no era la Biblia sino un casete, y ya no era la derrota sino una gran esperanza que en los versos de Javier Heraud adquirían contundente fuerza: las culturas no desaparecen, se acallan y vuelven robustecidas.

Este ritual se realiza desde hace muchos años en muchos pueblos de la sierra peruana. Allí, a pesar de la fidelidad que los actores tratan de darle al tema, no pueden evitar –a causa del carácter festivo del rito y del alcohol que se ingiere- burlarse un tanto de los personajes y con ello dinamizar el hecho dramático e incidir críticamente en su valor histórico.

No sabemos cuándo ni dónde retomaremos el trabajo que allí iniciamos y desarrollamos durante los fines de semana de tres meses consecutivos, en las numerosas plazas de los barrios y pueblos de Lima. Pero estamos seguros que en los ojos y oídos de los cientos de hombres, mujeres y niños, las imágenes de nuestra obra quedaron grabadas por mucho tiempo.



                            Publicado el viernes 8 de noviembre de 1985 en el Diario de Marka.


CUESTION DE CLASE



Por Alberto Mego


En el reino de las repeticiones, luego de algunos años de intenso debate, la polémica en torno al concepto identidad ha vuelto a cubrir las páginas de los periódicos. Esta vez en relación a la Izquierda Unida y sus militantes. Hay que recordar que poco después del ascenso al poder del arquitecto Belaunde Terry, después de un periodo de “revolución” militar, y de sus fases claramente diferenciadas, en las aulas universitarias y en el ambiente cultural de izquierda, el problema de la identidad nacional fue también motivo de sesudas discusiones. Parece que, formalmente, la conciencia del Perú y sus pertenencias más legítimas se remecen entre un periodo presidencial y otro. Quizá con toda razón pues nuestro país es redescubierto, reinventado y reinaugurado por los gobernantes de turno. Como nuevos conquistadores, cada cual al iniciar el dominio del poder, da una visión peculiar –dentro de las mismas premisas “democráticas” – del Perú y sus perspectivas de desarrollo.

Es indudable que durante el periodo de Velasco Alvarado un vasto sector poblacional alimentó su conciencia política, quizá más que con los hechos de una efectiva campaña de movilización social, en correspondencia a las certidumbres que emanaban de su propia extracción y al espíritu nacionalista de aquellos años. En ello tuvo un papel importante la constante referencia a los viejos símbolos de la peruanidad como el reconocimiento de la cultura andina y el papel de los levantamientos campesinos a lo largo de su historia.

De allí que las convicciones que resultaran de este suceso, todavía frágiles y provisionales, sufrieran un profundo trauma a la llegada de la segunda fase cuyo artífice, el general Morales Bermudez, pusiera especial empeño en desarticular los logros reformistas de su predecesor. Los sectores populares, haciendo de tripas corazón, confirmaron que habían entregado inútilmente sus ilusiones al sueño imposible de acceder al poder por vía revolución militar. Pero el golpe definitivo y el desencanto vinieron cuando Belaunde Terry, por segunda vez, inauguró pomposamente un gobierno al que solamente faltaron las calesas haladas por caballos blancos para no confundirlo con un nuevo virrey.

Es cierto que, a causa de la ignorancia que ha agobiado largamente nuestra existencia, los peruanos padecemos de amnesia crónica. Pero el corzo belaundista y el posterior despliegue fue demasiado: en el lapso de 12 años, el mismo sujeto que había sido arrojado de palacio en nombre de una revolución que se pretendía nacionalista, volvía al poder a enmendar los errores cometidos en su ausencia. Y otra vez, en nombre del Perú, vuelta a empezar. Y que viva la democracia.

En tan breve tiempo, la misma generación de jóvenes vimos el Perú en su real tamaño. Y en los tormentosos filos que conducen a la autenticidad, cada cual empezó a tomar su real lugar. Identidad, le llamaban en la universidad los doctores del comportamiento social.

Curiosamente, para un sector de la izquierda, que después devino en Izquierda Unida, estos hechos significaron una flagrante oportunidad de acceder al poder, de compartir escaños en el ya hace tiempo fallecido, muerto y sepultado Parlamento, en las alcaldías y en las pequeñas migajas de autoridad local que la democracia representativa –burda imitación de los regímenes europeos- ha sabido otorgar para contentar a los crédulos. Pero aquellos que en nombre de un marxismo “clásico”, se negaron a colaborar con Velasco, ahora lo reconocen tardíamente y se dejan arrastrar por el torrente del nuevo reformismo aprista, mientras otros, a nado contra la corriente, se afanan en volver al punto de partida.

Y otra vez el problema de la identidad en el tapete. ¿Quién soy? ¿Adónde voy? En la soledad de las conciencias donde se ciernen las respuestas fundamentales, todo entra en discusión y desde el propio origen hasta los avatares de la bragueta y el corazón, pasando por los jugos gástricos y el remolino de la cabeza, son estremecidos como pedrada en agua mansa. Sin duda este pequeño espacio nos impide agotar todas las implicancias que el maravilloso decantamiento de la Historia nos deja atestiguar. Otras oportunidades habrán. Pero no queremos terminar sin manifestar que no creemos que esta asfixia sea solo de un grupo político. Esa es la cabeza visible de un sector más amplio de la sociedad: el APRA se ha detenido mucho en el camino, ha demorado mucho para llegar al poder. Cansados de esperar, los más inquietos individuos de la clase media se hicieron “revolucionarios”, ataviados de todos los símbolos, dueños de todas las categorías científicas y de una doble vida que, ya inutilizado el libreto, debe definirse a la brevedad. O desaparecer.

Así pues, además de revestirse de jocosas contradicciones, a nuestro modo de ver, esta revisión del problema de identidad es solamente una cuestión de clase.



                        Publicado en el Diario de Marka, el jueves 28 de noviembre de 1985.



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